Nos encontramos a pocas horas de iniciar el Triduo Pascual, el centro del año litúrgico y el corazón de nuestra fe cristiana. Estos tres días santos Jueves Santo, Viernes Santo y la Solemne Vigilia Pascual, nos introducen en el Misterio más grande del amor de Dios: la entrega total de Cristo por nuestra salvación.
El Jueves Santo, al conmemorar la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial, contemplamos a Jesús que se pone de rodillas para lavar los pies de sus discípulos. Nos enseña con este gesto que amar es servir, y que la grandeza se encuentra en la humildad. “Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan” (Jn 13,15). ¿Estamos nosotros dispuestos a imitar ese amor humilde y concreto en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestra vida cotidiana?
El Viernes Santo, al contemplar a Cristo crucificado, somos invitados a no pasar de largo frente a su cruz. Su pasión y muerte no son un espectáculo, sino una llamada profunda a unirnos a Él en nuestros sufrimientos, a dejar que su sangre redentora transforme nuestras heridas en fuentes de esperanza. No hay dolor humano que Él no haya asumido. En la cruz, el amor vence. “Él fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestras iniquidades” (Is 53,5).
La Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, es el momento de mayor gozo y esperanza. Celebramos que la muerte no tiene la última palabra, porque Cristo ha resucitado. Su resurrección es luz en nuestra oscuridad, fuerza en nuestra debilidad y promesa segura de vida eterna. ¿Estamos preparados para vivir esta noche santa con fe renovada y corazón ardiente?
Queridos hermanos, no vivamos estos días como un simple recuerdo litúrgico, sino como una experiencia viva de encuentro con el Señor. Cada signo, cada palabra, cada silencio en estas celebraciones, tiene el poder de tocar lo más profundo del alma. Dios se nos entrega de nuevo. Que no pase de largo.
Los invito a vivir el Triduo Pascual con devoción, recogimiento y apertura al misterio. Participemos activamente en nuestras comunidades, acompañemos a Jesús con el corazón dispuesto, y renovemos nuestra esperanza en Él, que hace nuevas todas las cosas.
Que la Virgen María, que permaneció fiel junto a la cruz y esperó en silencio la aurora de la resurrección, nos enseñe a vivir estos días con fe firme, amor entregado y esperanza cierta.